lunes, 23 de abril de 2012

POSTMODERNIDAD Y ARTE POSTMODERNO

Este post es el resultado de una coincidencia entre Aristos Veyrud y Laura Uve que nos llevó a elaborar este texto conjunto. Por mi parte había leído un interesante artículo de Lluís Duch y Albert Chillón, “La agonía de la posmodernidad” (El País, 25-02-2012)  y cuando estaba pensando en elaborar algo sobre el tema, Aristos me comentó que estaba asistiendo a un Seminario sobre Arte Postmoderno.  La sorpresa de la coincidencia nos llevó a entablar un diálogo que resultó un tanto peculiar porque se produjo entre dos continentes, América y Europa y desde dos países, Costa Rica y España. Intentaremos en este texto sintetizar el diálogo sostenido y que se inició con esta pregunta:
Edificio Londres
Aristos Veyrud: Laura, ¿Qué hay antes de la Postmodernidad?
Laura Uve: La Modernidad. Ésta  se caracteriza por el desarrollo de ideologías emancipadoras que la habían inspirado desde la Ilustración: la narrativa ilustrada de la emancipación de la ignorancia y la servidumbre a través de la educación y la Razón; la narrativa liberal-burguesa que prometía la emancipación de la pobreza gracias al mercado libre; y la narrativa socialista (mayoritariamente marxista) de la  emancipación de las mayorías mediante la socialización de los recursos. A estas narrativas, que se inician en el siglo XVIII, podríamos añadir el milenario relato cristiano de la emancipación redentora que es muy anterior en el tiempo.

Laura Uve: Me pregunto, Aristos, ¿qué se entiende por modernidad en el arte?
Aristos Veyrud: El modernismo surge como respuesta a la crisis del realismo, que consideraba la existencia de un mundo externo reflejado, como imagen exacta, en el pensamiento. Uno de los síntomas de las limitaciones del realismo fue la irrupción de la fotografía que vino a reemplazar por medios mecánicos la representación pictórica. Este hecho inauguró el periodo modernista con nuevas expresiones dentro del arte de la pintura con estilos como el cubismo, el dadaísmo y el surrealismo que casi inmediatamente legitimarían el abstraccionismo, base del conceptualismo y el abandono del proceso estético como puerta al  “arte conceptual”, uno de los puntales de la postmodernidad.

Laura Uve: Quizás debieras aclarar, antes de seguir adelante, qué se entiende por arte…
Aristos Veyrud: Amiga Laura, destacaría, en mi opinión, que el arte como producción humana es una herramienta que materializa parte de las abstracciones humanas en formas plásticas con el fin de dominar lo desconocido, lo enigmático o lo que está en proceso de conocimiento. Allí donde la ciencia o el conocimiento inmediato no dan respuestas, el arte entra a sustentar, a modelar de forma verbal, o en cualquiera de las formas estéticas, lo que las sociedades necesitan para su dominio del mundo. Por ejemplo, una nana o un arrullo no tienen nada de científico para hacer dormir a un bebé o a un amante, pero se basa en un conocimiento milenario de un ejercicio humano de donde también han surgido melodías universales y que funciona mejor que el sedante más sofisticado jamás inventado. Precisamente esta gama de posibilidades humanas de actuar y proceder no verbales son la matriz donde toda la estética se gesta, incluyendo el periodo postmodernista, que se inaugura con la exposición de un orinal por el artista Duchamp derivándose un nuevo uso de las dinámicas que legitiman el arte desde la paradoja del abandono del proceso estético.
Orinal Duchamp
Aristos Veyrud: Laura, desde una perspectiva social, ¿qué define la Postmodernidad?
Laura Uve: El rasgo más distintivo de la Postmodernidad es la caída de las grandes narrativas de la modernidad a partir de los años sesenta del siglo XX. La religión se convirtió en un asunto de elección personal en un Occidente laico y con libertad sexual. El relato ilustrado quedó desprestigiado por los totalitarismos generados en Europa (en el periodo de entreguerras) y por el dominio de una Razón instrumental que engullía múltiples vertientes de la vida pública y privada. El relato liberal fue cuestionado por la desigualdad en la distribución de la riqueza a nivel mundial y el expolio medioambiental. Por último el relato socialista acabó en una terrible distopía que se reveló con la caída de los regímenes socialistas encabezados por la URSS.
La postmodernidad trajo consigo un nuevo espíritu, individualista y hedonista, con promiscuidad de estilos, el culto a la consumación del ahora y  la relatividad de  las verdades.

Aristos Veyrud: Laura ¿Qué le ves de positivo  a la postmodernidad?
Laura Uve: Lo más positivo sería la extensión de las libertades y derechos; el crecimiento de las clases medias y el acceso de las subalternas al confort y el consumo; la heterodoxia y el relativismo; y la relajación de los tabúes y dogmas, así como la atmósfera de tolerancia y pluralidad asociada a la vida urbana. Estas ventajas de la postmodernidad venían auspiciadas por el Estado de Bienestar y un progreso aparentemente infinito.

Aristos Veyrud: ¿Y de negativo?
Laura Uve: Lo más negativo sería la anulación del espíritu crítico, la ignorancia de las consecuencias negativas del exceso de crecimiento, el desarrollo de la ética del tener (frente a la del ser) con un consumismo basado en la creación de necesidades superfluas y la sustitución de ideologías que lo abarcaban todo por movimientos dispersos (feminismo, ecologismo, nacionalismo…) que no pueden afrontar la globalización de la tecnocracia burocratizada. Me llama la atención la irresponsabilidad de la ciudadanía y la miopía de unas generaciones que se han creído propietarias de un presente eterno y que han hipotecado el porvenir de las futuras…. Pero pasemos a hablar del arte postmoderno, ¿cuáles son sus rasgos distintivos?


Aristos Veyrud: El arte postmoderno para mí, es la angustia de una parte del espíritu por asir cuanto antes cualquier forma de expresión que permita flotar aunque sea mínimamente en ese océano vertiginoso del “todo vale” y que a la vez no vale nada, como diría el poeta en su paradoja peripatética y filosofal “Si el todo no vale nada el resto vale menos” ja ja ja.
Basura Berlín

Laura Uve: Aristos, ¿qué es lo que consideras más positivo y más negativo del arte postmoderno?
Aristos Veyrud: Lo más positivo es que lleva al máximo una capacidad de cuestionamiento de todo lo que pretende consolidarse y legitimarse al punto que solo puede sustentarse sobre el nihilismo puro o los desechos de todo lo que logra desintegrar.
Lo negativo es que puede constituirse en el pretexto más válido, en una trampa de inmovilidad de acción de respuesta física y de pensamiento, de valoración vital e histórica y de esperanza que da paso a la sinrazón del totalitarismo militar, económico y mediático. En un universo donde “todo vale”, será la fuerza, bajo el pretexto que sea, la que tratará de imponerse validada por ese “todo está permitido”, como coronar a un incitatus como senador y cónsul, lanzar bombas atómicas sobre civiles desarmados o condenar a millones de seres a las peores condiciones incluyendo el mismo planeta.

Laura Uve: Aristos, para ir concluyendo, y enlazando con este planteamiento que consideras negativo, me parece que la postmodernidad empieza a hacer aguas a partir de la década de los noventa cuando Occidente se ve amenazado por una globalización que desplaza a ambas orillas del Pacífico los grandes centros de control y riqueza. El delirio de la opulencia ha llevado a Occidente a una grave crisis económica, ideológica y política, de la que no sabe cómo salir. Por otro lado, la modernidad capitalista sigue aquí, más desregulada, soberbia y digitalizada que nunca. ¿Consideras que el arte postmoderno también entra en crisis por estos años?


Aristos Veyrud: Bien, con mucho entusiasmo noto que hay un resurgir por el gusto de expresiones locales con el ánimo de constituirse en piezas de comunicación colectiva y mundial, por ejemplo la experimentación de los jóvenes compositores, artistas y poetas en el continente americano. Igualmente es esperanzador todas las rigurosas investigaciones que se llevan a cabo de las tradiciones artísticas y culturales que logran un nuevo lenguaje en todos los ámbitos estéticos. Es sumamente maravilloso, que ese “todo vale” se está convirtiendo en medio y herramienta para hacer brillar expresiones de afirmación estética y de estima que potencian identidad y valoración humana, redención de entusiasmo, esperanza, solidaridad y amor por la tierra, ante un modelo caduco que solo ofrece pobreza, desprecio e infravaloración de todos los seres y sus sociedades.
Araña Bilbao
El arte, como una más de las facultades humanas, se supedita a una valoración y utilización moral. Tenemos claros ejemplos durante toda la historia de su utilización para fines específicamente ideológicos, religiosos, políticos y de mercadeo. Uno de los principales reclamos a una parte del arte postmoderno es su vacuidad, ausencia de espíritu o,  la más de las veces, a su simple servicio de jeroglífico para interpretaciones y tertulias ilustradas de pedantes al servicio de despilfarradores adinerados. A un periodo de la historia de la humanidad donde el ser humano llega a tener un valor de mercancía con su respectivo ciclo de utilidad, vencimiento y desecho (basura) le corresponde una justificación estética, o ausencia de esta, pero al tiempo se da el proceso crítico y de valoración contraria o diferente, a estas alturas ya hemos aprendido a diferenciar, seleccionar y escoger ja ja ja, podríamos decir que ya estamos bastante mayorcitos…o para expresarlo en términos estrictamente dionisíacos tal vez ya estemos a las puertas de poder “superar el ideal ascético mediante el ideal estético”, todo lo contrario a como hasta ahora nos ha sucedido.

La pregunta final que nos hacemos ambos es si hay alternativa a la crisis de la posmodernidad…
Teatro Nacional de Catalunya
Laura Uve: Desde la Utopía que es mi seña de identidad en el mundo virtual pienso que solo la reflexión lúcida desde la recuperación de ideales de emancipación puestos al día basados en la ética de la justicia social y la libertad, podemos afrontar la grave situación actual. Dependerá de nuestra creatividad, de nuestra inteligencia y capacidad de actuar que podamos “mirar” el mundo de otra manera y pensar, y sentir, el futuro con parámetros nuevos y justos para la mayoría de la población mundial. Apelo, pues, a valores como la FILANTROPÍA y la FRATERNIDAD para caminar “entre lo posible y lo imposible” hacia la UTOPÍA.


Aristos Veyrud: Tenemos que tenerla, de lo contrario estaremos recibiendo la respuesta necesaria del universo: nuestra merecida aniquilación, y todo como si nada, hay espacio y tiempo suficiente en todo el universo para volver a intentarlo o no, ja ja ja, parece que ante la bastedad de lo infinito no somos tan importantes como lo hemos creído…o al menos somos más importantes que el más insignificante capricho de cualquier potentado multimillonario capaz de destruir gran parte del planeta con sus habitantes con tal de obtener el último modelo de un jet o cualquier otra baratija. El arte al final nos pone esa carga de responsabilidad y cuota de consciencia.

No hemos encontrado mejor manera de acabar este diálogo que proponeros que disfrutéis, después de tan arduo (esperamos que no árido) tema, con música… El cinturón de Orión porque sus estrellas, brillantes y visibles desde ambos hemisferios, hacen que esta constelación sea reconocida universalmente.

Todas las fotografías de Laura Uve, excepto el orinal de Duchamp que está tomado de google.

martes, 10 de abril de 2012

Jugando con el hambre


Jugando con el hambre: los millonarios negocios con la tierra
Multinacionales, países petroleros y fondos de inversión están comprando millones de hectáreas. El equilibrio natural, el destino de los campesinos y el futuro del planeta están en juego.
Tomado de la revista SEMANA 
Hay un producto más atractivo que el oro, más rentable que el petróleo y más codiciado que las acciones de Apple: la tierra. 
África concentra más de 70 por ciento de las compras masivas de tierras.
En los últimos diez años en África, América Latina y el Sureste Asiático, 230 millones de hectáreas han sido cedidas, vendidas o alquiladas a estados petroleros, potencias emergentes, conglomerados industriales, fondos de inversión y bancos. Es como si hubieran comprado a Francia, España, Alemania, Reino Unido, Italia, Portugal, Irlanda y Suiza juntos. Una fiebre de miles de millones de dólares que está trastornando el planeta al establecer plantaciones gigantes donde antes solo había sabanas, selvas y pequeñas parcelas. Puede ser la oportunidad para impulsar una verdadera revolución verde pero, a cambio, el mundo está jugando con su equilibrio y su sostenibilidad.
Hu Jintao, Presidente de China 6,5 millones de hectáreas en Argentina, Brasil, México, Congo, Camerún, Laos y Filipinas.
Desde tiempos coloniales, empresas y gobiernos extranjeros se tomaron tierras en todo el mundo. Pero en 2008, cuando se dispararon los precios de los alimentos, se aceleró el frenesí por comprar. Ese año, según la compañía de análisis financiero Bloomberg, el trigo aumentó 130 por ciento; la soya, 87 por ciento; el arroz, 74 por ciento, y el maíz, 31 por ciento. Sorprendidos, países que importan gran parte de su comida, inversionistas y compañías agroindustriales redescubrieron el aforismo del autor estadounidense Mark Twain: "Compren tierra porque ya no la fabrican"
George Soros Financiero, Inversiones por 600 millones de dólares en Brasil y Argentina
Comenzó entonces la carrera por las hectáreas. Como le dijo a SEMANA Danielle Nierenberg, experta en agricultura sostenible de la ONG Nourishing the Planet: "muchos países ricos se empezaron a preocupar por la manera como iban a alimentar a su población en 10, 20 o 30 años y se pusieron a buscar sitios para cultivar". Así fue como Arabia Saudita, Emiratos Árabes o Qatar, países desérticos que importan 60 por ciento de su comida y que tienen los bolsillos repletos de petrodólares, se volcaron a adquirir suelos fértiles en Etiopía, Kazajistán o Indonesia. 
Príncipe Al-Waleed, Familia real de Arabia Saudita 5,5 millones de hectáreas en Indonesia y Sudán
Japón, China y Corea del Sur también compraron compulsivamente. Seúl controla ahora, a través de grandes consorcios como Daewoo o Hyundai, 2.300.000 hectáreas en otros países. Es uno de los terratenientes más grandes del planeta y sus propiedades llegan hasta Brasil, Tanzania, Filipinas o Rusia. China, por su parte, se prepara para enfrentar un reto enorme. Tiene 1.400 millones de bocas para alimentar, el 20 por ciento de la población mundial, pero menos del 10 por ciento de los suelos cultivables del planeta. Con la urbanización y la industrialización, se está consolidando el problema. Por eso en los últimos años Beijing firmó contratos con más de 30 países. 
Luciano Benetton, Presidente de Benetton 900.000 hectáreas en Argentina
Uno de estos es República Democrática del Congo, el país más grande de África, que lleva décadas atrapado en la llamada guerra mundial de África. En esa nación, empresas chinas consiguieron una concesión para instalar la plantación de palma más grande del mundo, que cubrirá en los próximos años un millón de hectáreas -casi cuatro veces el tamaño de Bogotá-. 
Lee Myung-bak, Presidente de Corea del Sur 2,3 millones de hectáreas en Argentina, Brasil, Sudan, Madagascar, Indonesia y Rusia.

Pero no solo los gobiernos invierten. Con los precios del petróleo por las nubes, la demanda por biocombustibles está aumentando a una velocidad vertiginosa, y con ella la presión para sembrar caña de azúcar, palma africana, soya o jatropha, una mata con propiedades similares. Grandes empresas del sector energético, químico o agroindustrial están adquiriendo por doquier. En Argentina, enormes extensiones de soya, destinada a biocombustibles, están devorando la pampa y reemplazando alimentos como el ganado o el trigo. 
Jim Rogers, Presidente de Rogers Holdings, Inversiones en Brasil, Canadá y Asia
Pero el suelo ya no es solo para cultivar. También se volvió una forma para ganar mucho dinero. Después de la crisis financiera de 2008, las tierras atrajeron inevitablemente a los mercados financieros, pues es un negocio seguro. Con el auge de los biocombustibles, el calentamiento global, el incremento de la población mundial y el alza de los alimentos, la presión sobre la tierra va a seguir creciendo. Warren Buffett, el multimillonario estadounidense, se gastó 400 millones de dólares en soya y azúcar en Brasil. En Argentina, la familia Benetton posee 900.000 hectáreas en la Patagonia y el gurú de las finanzas George Soros ya tiene un fondo para adquirir tierras en América del Sur. 

Como la compra masiva de tierras es aún un fenómeno reciente, sus consecuencias aún son inciertas. Los nuevos terratenientes insisten en que es una oportunidad única para sacar de la miseria a millones de campesinos. Prometen inversiones en educación, salud, carreteras, inyectar tecnologías y mejorar la productividad. Pero, como dijo a SEMANA Carlos Vicente, de la ONG Grain, los riesgos son demasiado grandes: "El acaparamiento de tierras ya está teniendo un tremendo impacto. El desplazamiento de comunidades locales, la destrucción de las economías regionales, la pérdida de la producción de alimentos para el consumo local, la pérdida de la biodiversidad, los impactos de los monocultivos y de los agrotóxicos usados en la producción agroindustrial son efectos que ya son parte de la realidad".

Las dos terceras partes de los nuevos negocios se están firmando en África, en países que muchas veces carecen de instituciones capaces de ejercer un control. Las transacciones son opacas y los derechos del campesino no son precisamente la preocupación principal de los dirigentes. Además, muchos países están dispuestos a todo tipo de sacrificios con tal de atraer las inversiones. Philippe Heilberg, un inversionista estadounidense que tiene cientos de miles de hectáreas en Sudán del Sur, se lo explicó con mucho cinismo a la revista Der Spiegel: "Cuando hay poca comida, el inversionista necesita un estado débil que no lo fuerce a regirse por las reglas". Así es como en Mozambique inversionistas consiguieron contratos de alquiler de 99 años, con exenciones de impuesto sobre 25 años, al irrisorio precio de un dólar por hectárea al año. Cada año solo van a pagar 300.000 dólares, lo que vale una casa en un suburbio de clase media en Houston. 

También abundan denuncias de grandes organizaciones humanitarias sobre regiones enteras que son desplazadas. En enero, Human Rights Watch denunció que 70.000 campesinos de Etiopía abandonaron sus pueblos después de que el gobierno vendió sus tierras. Oxfam, por su parte, indicó que en Uganda 20.000 personas salieron de sus parcelas para que ahí se instale una compañía maderera.

Pero tal vez la mayor preocupación es que, aunque parezca contradictorio, la producción masiva estimula el hambre. Nierenberg dijo que "los gobiernos muchas veces venden sin consultar con las comunidades. Los granjeros, ya sin parcela, no pueden alimentar a su familia y se ven obligados a migrar a las ciudades". Además, los alimentos ahora compiten en un mercado global. El pobre de Etiopía tiene que pagar un precio competitivo por el trigo que consume o, de lo contrario, el producto es exportado. Y el modelo agrícola, basado sobre todo en biocombustibles, acaba con los cultivos tradicionales. A mediados del año pasado, miles de personas murieron de hambre en el Cuerno de África. Una crisis que, según un reporte del Banco Mundial, fue provocada por una sequía prolongada, pero también por el auge de biocombustibles que contribuyeron a la inflación de la comida. 

Por ahora, activistas y ONG tratan de imponer un código ético mundial, mayores controles y más transparencia en el mercado de tierras. Aunque algunos, como Carlos Vicente, piensen que "buscar un punto medio es como intentar que convivan en una jaula un cordero y un león", el mundo tiene la obligación de resolver pronto cómo va alimentarse, sin correr el riesgo de autodestruirse.